Por: Mg. Obiel Xiraú Nuñez Seijas
Miembro del Instituto Argentino para la Reducción de Riesgo de Desastres- IARRD
Mucho se está hablando de protocolos en estos días de pandemia por la Covid19. Pero es bueno preguntarse qué es un protocolo, qué implica, y si realmente las personas están al tanto de su significancia.
Hay que decir algunas verdades en este sentido, se está tendiendo a llamar protocolo a cosas que no lo son y distan mucho de serlo. No es lo mismo un protocolo que una recomendación, una sugerencia, un procedimiento, un proceso, o un plan. Y aunque parezca redundante mencionar esto, es necesario recalcar para qué hacemos un protocolo, a fin de diferenciarlo de cualquier otro instrumento.
Un protocolo es un conjunto de acuerdos, reglas y normas, expresadas en un sistema secuencial de instrucciones, fijadas y convenidas en consenso entre sus actores principales para obtener comportamientos adecuados, ante situaciones específicas en un ámbito determinado. Básicamente es un lenguaje de uso común, documentado y estandarizado. Y como tal, no está exento de ser actualizado y ajustado conforme al desarrollo de las costumbres, la tecnología y la técnica. Para ello, debe ser puesto a prueba y debidamente evaluado desde su diseño inicial (ex ante) a partir de simulaciones o simulacros. Además, luego de su puesta en marcha, debería evaluarse el desempeño de las actuaciones para las cuales el protocolo fue creado.
Teniendo esto en cuenta, no es menor destacar que el deber ser de un protocolo es su aprobación y aval por los actores involucrados; o al menos por quienes cumplan las actividades más críticas en el desarrollo del mismo. Por lo general, está basado en la evidencia. Esto último es muy importante y aunque no es una condición estrictamente necesaria, es bastante recomendable que así sea.
Imaginemos ahora, cómo sería la sostenibilidad de un protocolo diseñado para sobrellevar correctamente las actuaciones ante situaciones irregulares, críticas, de riesgos, o de peligros, si este no cumple con el requisito de ser puesto a prueba y debidamente evaluado. Imaginemos incluso, la sostenibilidad de un pretendido protocolo, si los principales actores involucrados desconocen su diseño y rol con respecto a la situación-escenario que se pretende normalizar y documentar. La imposición de un instrumento normativo de este tipo estaría hablando de cualquier cosa menos de un protocolo; posiblemente responda a un procedimiento operativo, a una orden, o a una imposición legal.
Caso contrario son las recomendaciones y sugerencias que están basadas en la experiencia y desde las cuales se puede partir para establecer un conjunto de procedimientos.
Lo ideal es que todo protocolo se pueda diagramar a fin de hacer visible y sencillo el entendimiento y asunción de las actuaciones por parte de los actores involucrados. No está de más decir que debe ser específico, práctico y concreto. Y que su solo establecimiento y puesta en práctica permite plasmar antecedentes para la mejora continua, así como una línea de base para las subsiguientes evaluaciones que se hagan de situaciones similares y complejas, sean comunes o excepcionales.
Nos dirigimos hacia una nueva normalidad a medida que avanza la contención de la pandemia por el virus Sars-Cov-2 y la mitigación de la enfermedad de la Covid19. Por lo tanto, es menester que sepamos ser parte de la adecuada construcción, uso y ajuste, de instrumentos participativos como lo son los protocolos de actuación ante contingencias. Cada quien en su ámbito de actuación.
Tener claridad sobre el significado, funcionamiento y propósito de las cosas simples o complejas que hacen girar la rueda, nos ayuda a trascender este contexto. Y es necesario pensar correctamente la documentación de la información y la sistematización de la práctica del “saber qué” y el “saber cómo” pensando en un aprendizaje para la posteridad. La sustentabilidad de una nueva normalidad depende de lo mejor de nuestros conocimientos, ciencia y técnica.