Cada año, 40 millones de pilas y baterías son descartadas en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo, a pesar del volumen, no existe un circuito formal de recuperación y de disposición final de estos elementos de variada toxicidad. Así lo revela un informe realizado por el Observatorio Ambiental de la Defensoría del Pueblo porteña, según publicó el matutino La Nación.
“En la Argentina, el consumo de pilas es del orden de las 10 unidades por personas. Como los niveles de consumo en la capital son superiores a los del resto del país, está en el orden de los 40 millones de unidades al año. Se registra también un incremento del consumo por habitante, que se duplicó en menos de una década hasta superar el kilogramo anual per cápita”, apunta el documento.
La principal dificultad a la hora de afrontar una política respecto del tema es legal. Si pilas y baterías no son consideradas residuos peligrosos, no se genera un circuito obligatorio de recolección y disposición final.
“Hace falta una política pública para los residuos peligrosos en la ciudad. Lo que hoy existe es apenas un simulacro. Hay 35 lugares de recepción en todo el distrito y la entrega es voluntaria”, indicó a La Nación Elio Brailovsky, docente e investigador en temas sociales y ambientales, al frente del observatorio que estará dedicado a elaborar informes y diagnósticos locales.
Las pilas y baterías primarias (no recargables) y secundarias (recargables) agotadas pueden afectar el ambiente si son dispuestas en forma incorrecta, debido a que contienen sustancias químicas con características de toxicidad. “Todas las pilas pueden ser recicladas con recuperación de materiales valiosos y casi el 90% de las pilas recargables es reutilizable si se trata debidamente. En la Argentina existen algunos operadores que están exportando baterías para su reciclado fuera del país”, señaló, por su parte, Greenpeace Argentina.
Entre sus componentes las pilas y baterías tienen mercurio, plomo, cadmio, manganeso, litio, zinc y níquel. Estos metales pueden generar daños neurológicos y algunos están catalogados como cancerígenos. El mayor problema es que no se conoce cuál es el efecto del contacto constante. “Las leyes toman parámetros basados en un hombre de 70kilos, pero se desconocen los efectos sobre niños, bebes y adultos mayores, por ejemplo. Y tampoco se ha estudiado el efecto de la bioacumulación del contacto con varios metales pesados”, detalló Brailovsky.