Por Pablo Gago – Director de Futuro Sustentable
El drástico informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) nos alerta sobre la inexorabilidad del fenómeno. Lo que resta por saber, en todo caso, es qué niveles terminará alcanzando.
Buena parte del documento se dedica a analizar cuáles serán los impactos de estos cambios en cada uno de los escenarios previstos a partir de los distintos volúmenes de gases de efecto invernadero (GEI) emitidos.
Está claro que el cambio climático nos pasa factura por el insostenible ritmo de vida que mantiene gran parte de la población mundial. Según los expertos, en los próximos años experimentaremos fuertes sequías y lluvias torrenciales, mientras que en el mediano plazo viviremos una progresiva desertización de grandes regiones planetarias, aparte de que nuestras costas sufrirán intensos temporales y las consecuencias de un nivel del mar en lento pero progresivo aumento.
Algunos efectos negativos del cambio climático ya se están verificando en el plano nacional. A fines de julio, de hecho, el Gobierno argentino declaró la Emergencia Hídrica en diversos sectores de la Cuenca del Paraná debido al mayor déficit de agua registrado en los últimos 77 años.
De acuerdo con Silvia Raninqueo, abogada especializada en ambiente, se estima que en los próximos meses -especialmente durante el verano- la situación podría afectar el abastecimiento de agua potable, la navegación y operaciones portuarias, la generación de energía hidroeléctrica, y las actividades económicas vinculadas con la explotación de esa cuenca hídrica.
Por otro lado, recientemente grupos ambientalistas convocaron a la sociedad a movilizarse en su humedal más cercano para llamar la atención sobre la degradación de los ecosistemas en el país y exigir a la dirigencia política legislar la Ley de Humedales.
Decenas de personas acudieron a la convocatoria con máscaras de carpinchos y carteles destinados a visibilizar los problemas de los humedales y el deterioro de los ecosistemas en el país.
En este contexto, conviene preguntarse si no llegó el momento de empezar por el principio; es decir, de aplicar un riguroso ordenamiento territorial y de entender realmente la naturaleza del inmenso desafío que tenemos por delante. Hay que asumir la obligación de enfrentar una triple emergencia ambiental ligada al cambio climático, la contaminación y la pérdida de la biodiversidad.