Por Pablo Gago – Director Futuro Sustentable
Aunque la pandemia de COVID-19 ha contribuido a reducir temporalmente las emisiones contaminantes a escala planetaria, lo cierto es que el dióxido de carbono (CO2) sigue alcanzando niveles máximos. En efecto, lejos de revertirse, la tendencia va en aumento.
En palabras de António Guterres, secretario general de Naciones Unidas, “el último decenio fue el más cálido jamás registrado; el hielo marino del Ártico en octubre llegó al nivel más bajo de su historia, y apocalípticos incendios, inundaciones, sequías y tormentas son cada vez más habituales”.
Para el especialista, la biodiversidad está colapsando, mientras que los desiertos se expanden, y los océanos se calientan y atragantan con residuos plásticos. “La ciencia nos dice que, a menos que reduzcamos la producción de combustible fósil en un 6% cada año de aquí a 2030, las cosas empeorarán. En cambio, el mundo se encamina hacia un aumento anual del 2%”, advirtió.
Frente a este diagnóstico, y a meses del desarrollo de la COP-26, en Glasgow, está claro que el mundo enfrenta otro desafío de magnitudes colosales: la denominada “neutralidad de carbono”.
Este nuevo paradigma parte de la transición energética y de profundas modificaciones tecnológicas que ya se encuentran en curso. Asimismo, se enmarca en un proceso de cambio del actual modelo de energético, que nos insta a abandonar las formas convencionales de producir energía para implementar nuevas vías de generación basadas en fuentes renovables.
Con mayor decisión que otras regiones, la Unión Europea (UE) fijó una ambiciosa serie de objetivos para 2020, 2030 y 2050. Lo hizo, básicamente, con el foco puesto en la reducción de las emisiones de CO2 a la atmósfera y en un mayor peso de las fuentes renovables en la producción energética.
En esa misma senda, cada vez más son las industrias que incorporan un Balance de Carbono en sus actividades, y que exigen evaluaciones de impacto ambiental en sus proyectos.
Nuestro aporte como sociedad, en tanto, debe orientarse hacia nuevos hábitos de consumo, tanto en la utilización del agua y la energía, como en el manejo de los residuos, por citar sólo un par de variables.
La etapa post-pandemia, en definitiva, debe ser entendida como una oportunidad para repensar las economías y construir un futuro mejor, priorizando la creación de empleos verdes y la lucha por un aire más limpio.